HOMBRES QUE AMAN A LAS MUJERES – Parte 1: "En la Unión volamos juntos"




En Roma, ciudad eterna bella y decadente, pasé mis primeros 28 años. La adolescencia fue potente y poliédrica, porque esto te ofrecía Roma: multitud, belleza, gloria del pasado, caos y seducción. A partir de los 14 años se iba en moto, para vivir y sobrevivir en la metrópoli. Las motos, muchas Vespas, eran nuestros caballos mecánicos al servicio de las indomables energías que nos atravesaban.

Se iba en motos, chicas y chicos. Corríamos juntos por la largas avenidas, esquivando coches con nuestras Vespas personalizadas. Dos de nosotros por cada Vespa. Conducía una chica o un chico, según las ganas del momento y el rápido acuerdo que se establecía entre la pareja. Como bandada de pájaros, de 30-40 componentes, nos desplazábamos felices por la ciudad.

Yo iba siempre con Micheluccia, mi hermanita del alma. Estábamos siempre juntos. Amábamos correr con la moto, mientras cantábamos a todo volumen nuestras canciones preferidas. Sensaciones inolvidables de entusiasmo, unión profunda y libertad. Nos gustaba llegar a destino antes de los otros…lo sé…juego bastante inconsciente…pero lleno de adrenalina. Divertido porque era nuestro juego. 

Íbamos todos al parque para tocar, para cantar, para jugar, para pasar tiempo. Otras veces aparcábamos nuestras motos en una plaza hermosa, para crear territorio: un espacio nuestro, un no lugar se diría hoy, donde quedar horas y horas. Allí hablábamos, nos reíamos, nacían amores, se resolvían conflictos…

Estar juntos era nuestra necesidad y nuestro principal objetivo.
Se crecía juntos, chicos y chicas, viviendo el presente y descubriendo nuestros límites.
Éramos amigos, compañeros, colegas, amantes…nos ayudábamos y sosteníamos con toda la frescura e ingenuidad de años arriesgados.

Nunca en nosotros chicos se formó un pensamiento de subestimación o denigración de nuestras queridas “compañeras de viaje”. En ninguno de nosotros hombres, y éramos muchos, podían demorar conceptos sexistas que insinuasen una diferencia de grado o de valor con respecto a nuestras amigas.
Primero porque no pertenecía a nuestro ADN cultural y espiritual.
Segundo porque si alguna vez, entre los chicos, podía surgir una reflexión estúpida, esta se disolvía en pocos minutos por la intervención de los otros hombres.
Tercero porque la presencia de nuestras amigas era el ejemplo vivo, afortunadamente para nosotros siempre presente, que si había diferencias era en muchos casos en la manera de ver las cosas, de dar sentido a un acontecimiento.

Esta variedad de mirada, de sensibilidad o de manera de razonar, ha sido para todos nosotros, chicos y chicas, una suerte que nos ha dado la posibilidad de crecer, formarnos y fortalecernos como hombres y mujeres.
Por supuesto cada uno y cada una tenía la responsabilidad de aprovechar esta suerte y hacer tesoro de la oportunidad que ofrece la variedad entre masculino y femenino.

Yo hablo por mí.

Yo nunca he perdido de vista esta responsabilidad y esta visión de belleza que se genera dentro del diálogo profundo entre hombres y mujeres.

Por eso quiero decir algo.

Porque me doy cuenta, por lo que veo, que a menudo la reflexión actual sobre este tema se pierde en la confusión. Casi siempre la agresividad impide escuchar bien al otro. Se generan muchas reivindicaciones que, si se sostienen únicamente por las instancias de la rabia o por el  hecho de ser tendencias colectivas, pierden de vista lo que considero el principal motor de la verdadera evolución humana: la Unión madura entre hombres y mujeres.

Yo creo que ni la sumisión, ni la prevaricación, ni las ideologías, ni una supuesta venganza histórica, ni la vulgaridad exhibida como presunta arma de liberación ayudan a dar un paso en adelante.
Estoy cierto de que el verdadero paso de gigante se hace caminando juntos, en el respeto y consideración mutua.

Porque la mujer puede ayudar al hombre a crecer, a madurar, a florecer en toda su sana fuerza masculina, potente y firme.
Y porque el hombre puede ayudar a la mujer a desplegar toda su belleza, fuerza y sabiduría femenina.

En esta posibilidad se basa la fundamental responsabilidad de hombres y mujeres de querer crecer y querer crecer juntos. Porque los pasos en adelante de uno son el recurso más incisivo para impulsar el otro a evolucionar.

Amando bien crecemos,
Amando de verdad evolucionamos,
¡Amando más…por favor!


                                                                                                          Un hombre que ama a las mujeres

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