LA FUERZA DE LA FRAGILIDAD - PARTE 1

Mi participación en el taller de canto de mi amiga Germana Giannini (cantante y antropóloga de la voz), del 6-7 de octubre en Kinema, me dio no sólo una placentera sensación de plenitud y belleza compartida, sino que me regaló una reflexión que considero interesante. A través de vivir la “experiencia orgánica del canto” y escuchando las palabras con las que Germana acompañaba las dinámicas del taller, se me quedó dentro el concepto de Fragilidad.

Vivimos en un mundo que, por muchas razones y desarrollos históricos, ha considerado casi siempre negativamente esta palabra. Frágil es algo que está sujeto a romperse, a descomponerse, a perder su integridad, su fuerza. Casi siempre la fragilidad, en cualquier momento de la vida, se ha visto como una debilidad o inferioridad.
Por supuesto, como hombre, soy consciente de que este sentido se amplifica si se piensa a un concepto de masculinidad que se ha difundido demasiado a menudo en el pasado. Sin embargo esta acepción negativa se ha expandido también en muchos ámbitos de trabajo, independientemente que sean mayoritariamente masculinos o femeninos.

Podría resumir hasta aquí mi punto de vista con la frase:
“Se acepta más la Locura que la Fragilidad”.

La locura (desequilibrio) se tolera en varios contextos: se considera muy a menudo una forma original, excéntrica de ser y de actuar. La vulnerabilidad, por otro lado, no tiene que aparecer nunca. Hay que esconder lo que pone en riesgo la estructura consolidada, la fachada individual y colectiva. Aunque sea ficticia.

Creo de verdad que es muy  importante hablar de la Fuerza de la Fragilidad: lo que puede surgir si no removemos nuestros momentos de vulnerabilidad.
Considero Fragilidad la capacidad de dejarse al descubierto, de no ocultar la verdadera esencia que puede asomarse a través de las fisuras de nuestras estructuras creadas por costumbre o por necesidad.
Es la cualidad de la permeabilidad, el dejarse tocar por la vida que fluye…eventos, encuentros, palabras, gestos.
Es el valor de no permanecer cerrados frente a las pequeñas y grandes tempestades que atravesamos.
Es el estado del alma de donde puede florecer la fuerza de nuestra autenticidad.

Por cierto soy consciente que para vivir nuestra fragilidad necesitamos confiar: sentir un entorno humano acogedor, exente de juicio, que nos permita abrirnos y vivir las emociones más plenas que nos mueve la realidad. Por otro lado es verdad que la responsabilidad de abrir caminos es totalmente nuestra.
Ser vulnerable es un pasaje estrecho y valiente. Una constelación de fisuras orgánicas nos permite experimentar las flechas invisibles que nos penetran y nos llaman a abrir, despertar, luchar, reaccionar, retomar el camino.
Las flechas pueden ser doradas y lucientes así como oscuras y dolorosas. Para cada una de estas la dimensión de fragilidad hace que vivamos una intensidad útil a nuestro crecimiento.

Por supuesto es importante también no permanecer eternamente en ese estado, porque implicaría el no tener protección, estar demasiado a merced del viento.

El saber vivir nuestra fragilidad, sin demorar excesivamente en una vulnerabilidad que se convierta en ausencia de fuerza interior, es el valor que permite proteger nuestra lucidez y nuestros pasos a seguir.
Es la puerta por donde sale la capacidad de tomar el rumbo deseado, para gozar de nuestro canto auténtico en la vida.