"Buscando las Sirenas" - cuento sobre dos voces de sirenas en la vida cotidiana



Hay que ser sincero: hoy en día no se encuentran muchas sirenas en la vida cotidiana. Si se considera sirena una criatura que te atrapa con la suavidad, fuerza y hermosura de su voz. Que te penetra dentro con el color de su canto, te emociona, te seduce, te hace vacilar. O si, por otro lado, se entiende por sirena una presencia que, aunque los sonidos de sus cuerdas vocales puedan inquietarte bastante, no puedes resistirle dejando que esta cautive integralmente tu atención. En ambos casos, hoy resulta difícil cruzarte con una de estas figuras reales cuanto mitológicas. Ni navegando por las calles. Ni rebuscando detrás de la cortina de una ventana abierta. Ni investigando bien en el centro de una plaza repleta de gente. Es difícil encontrarlas ahora. Tampoco es tan simple traer de vuelta a la memoria las que cruzaron nuestros múltiples caminos.
Es verdad que, para captar y recordar bien el sonido de una de estas sirenas, habría que vendarse los ojos. Habría que escuchar con atención y concentración. Habría que hacer silencio y calmar el ruido. Porque sus cantos, sus voces misteriosas, pueden llegar solo navegando atentamente por el mar nuestro, abriendo los sentidos, favoreciendo la llegada de algún seductor asalto vocal. Así que, en el intento de querer acordarme de alguna de estas voces, me pongo disciplinadamente en silencio. Cierro los ojos y espero.
Pasan delante de mi mente decenas de figuras, pero no son protagonistas, son solo figurantes. Se suceden rápidamente en mi memoria como en una slot machine, una de esas máquinas de juegos de los Casinos donde puedes ganar un montón de monedas de plata. ¡Ahora sí. Algo se para. Son dos! Se queda primero una sirena que, al verla, me emociona bastante, y luego una que es un poco inquietante y casi había olvidado. Me quedo tranquilo unos segundos, para observar la cosecha de mi memoria y poquito a poco voy dibujando los perfiles de estas dos distintas formas de sirenas.

La Sirena Madre
Madre Nadia era mi maestra de primaria. Era una monja. Era muy joven y muy guapa, cosa bastante anómala para una monja. Era del sur de Italia, de Calabria. Tenía un espíritu vital y creativo. Su manera de ser era muy cálida y acogedora, sus movimientos tenían gracia, sus gestos eran armoniosos y amplios. Cuando llegaba el momento del dibujo, casi siempre después del recreo, empezaba el encanto. Ella nos invitaba a cerrar los ojos, a imaginar el dibujo antes de empezar la obra. Si iba de ambiente marino, nos guiaba con su voz suave dentro de las profundidades del océano. Nos hacía encontrar a decenas de peces coloreados, nadando entre corales de todos tipos. Si era algo de tierra nos conducía hacia llanuras y montañas; hacia paisajes llenos de árboles, repletos de aves navegando por el cielo azul.
Ella nos hacía emocionar para que nuestro dibujo fuese algo vivo, íntimo. Su voz me penetraba dentro como un bálsamo que cuida el alma, una canción diaria que estimulaba mis viajes de fantasía. La Belleza en su caso estaba en la pacífica calidad de su manera de hablar, una seducción lenta y progresiva que te calentaba el cuerpo, te confortaba y te daba seguridad. Yo me abandonaba feliz a sus cuerdas vocales que, como brazos, me envolvían en una manta tan placentera que luego dificultaba el volver a la realidad. Madre Nadia era una sirena, una sirena buena, una sirena Madre. Era una seductora sin saberlo. Una cautivadora de corazones de niño. Una sirena que te
hechizaba con la potencia de su corazón bondadoso. Y el bálsamo de su canto suave todavía nutre la memoria de mis huesos.

La Sirena Oscura
Nunca supe el nombre de esa mujer anciana, siempre vestida de negro, que cuando pasaba por la acera la gente cambiaba rápido su trayectoria para evitar cruzarse con ella. Yo era pequeño, no entendía mucho, pero tenía claro que nadie quería hablar con ella. Nadie le miraba a la cara. Nadie le llamaba, le buscaba. Ella navegaba siempre sola. Siempre vestida de negro, siempre oscura, por dentro y por fuera. Alguien decía que traía mala suerte, otros que tenía el poder de lanzar el mal de ojo a los grupos de personas que iban riéndose de ella. Yo esto lo notaba, aunque no distinguía bien cuánta verdad había en todo eso y dónde empezaba la mentira, la broma, o la maldad. Yo solo sabía que cuando ella pasaba por debajo de mi ventana, viéndome asomado, se paraba al instante, direccionaba sus ojos y sus pies hacia mí, y empezaba a fijarse en mí. Lo hacía con una intensidad que yo no podía desviar la mirada, una especie de magnetismo que era más fuerte que mi temor. Después de unos minutos empezaba a hablarme de cosas que no entendía, y yo respondía como en automático. No percibía riesgo o peligro, pero me resultaba todo muy inquietante. No podía sustraerme, percibía algo misterioso que atrapaba mi atención, algo más fuerte que yo, que me enganchaba y no me soltaba. Dentro de esta densa atmósfera yo dialogaba con ella varios minutos. Luego percibía claramente que, cuando llegaba mi madre, la dama negra interrumpía de repente su discurso y reanudaba su camino. Nunca me acordé de los argumentos que compartíamos. Sin embargo, tengo todavía claro la fuerza atrapante de su voz, la calidad magnética de su mirada, el poder hechicero de su figura. No era malvada, estaba simplemente muy sola. Era a su manera una sirena, una sirena oscura.

Por cierto, hoy en día, podría haber muchas más sirenas en este mare nostrum tan contaminado y confuso. Sería potente poder encontrar a más sirenas por las calles. Despertarse al sonido de voces que cautivan tu atención por la unicidad de su vibración vocal. Gozar de una seducción auténtica, que te hechiza por la belleza e inteligencia de su argumentos. Sería maravilloso sentir la necesidad de convertirse en sirenas, de dedicar tiempo y energía a trasformar nuestras esencias en algo tan real cuanto mitológico. Algo tan único como cada una de nuestra naturaleza. Sería sensato y sano enfocar todos nuestros esfuerzos para que cada uno de nuestros cantos cotidianos transmitiese el poder de la pasión: el aroma de nuestra personal misión en el mundo. Así estaríamos menos solos, navegando cada uno con nuestro color y participando de una belleza que sabe a vida verdadera. Así, las calles se repoblarían de miles de sirenas entusiastas, que encenderían los ánimos de los tantos navegantes que buscan su puerto sin encontrarlo. Así, el encanto volvería a dar el rumbo a nuestras vidas, llenando de nuevas esperanzas nuestros imaginarios. Así empezaríamos a depurar nuestros mares de tanta basura inútil, para volver a cantar como deberíamos, como sirenas que turban las muchas aguas estancadas con la fuerza indestructible de las propias ganas de participar de la vida. 


Cuento nacido durante los encuentros "DAR VOZ A A LA VIDA" 
- escritura creativa y canto - conducidos por Silvia Tocco e Germana Giannini

Comentarios

Entradas populares